Dentro de unos años, orgulloso y sonriente, diré que elegí vivir la JMJ Madrid 2011 enfundado en un polo verde que acumulaba sudor e indicaba a los millones de personas que me rodeaban que estaba allí para servirles.
Dicen que el mejor balance de la JMJ no es el económico, sino la inmesa cantidad de vocaciones y de conversiones. Éstas no son sólo de no creyentes o de gentes de otras religiones. Las conversiones más frecuentes y los milagros de hoy en día son esos pequeños vuelcos que da cada corazón. En mi caso, no fue pequeño.
Me he dado cuenta y, gracias a Dios, tantos como yo, que los términos entrega, amor y felicidad pueden tener el mismo significado que sufrimiento. Todo depende del punto de vista del que lo mires. Pero sin masoquismos de ningún tipo.
Yo sufrí, lo pasé mal. Estuve horas bajo el ardiente sol, comiendo polvo, con el estomago en revolución armada, agotado y físicamente sólo. Pero era felíz y soy felíz. Las lágrimas nunca fueron de dolor ni de amargura: las lágrimas son de emoción, de alegría. De dárse uno cuenta de que todo lo mal que lo puede estar pasando se transforma en toneladas y toneladas de felicidad y alegría. Y de saber que estás formando parte de algo muy grande, de algo que crea y creará un bien increible.
Es muy dificil hacer una crónica de algo tan grande e importante. Y más de una crónica sentimental y emocional, como pretende ser ésta, ya tendré tiempo para las anécdotas. Porque hicímos botar al alcalde de Madrid, a los Obispos del Mundo, a la masa en Cibeles. Pero lo más importante es que todos esos cuerpos botaban junto a sus corazones.
Corazones y sonrisas. Sonrisa más importante, la de un hombre. Un anciano que, como un niño, como un joven más,sonreia felíz. Esa sonrisa, representaba la inmesa alegría de nuestros corazones. Una sorisa y una mirada de felicidad inmensa de aquél que lleva en sus oraciones y en su amor a la humanidad entera. Y esa sonrisa y esa mirada llena de amor es una terapia de choque para cualquiera.
La mirada de Benedicto XVI, se cruzó con la mía, como con la de tantos. Y ahí pude ver el amor y la felicidad un hombre orgulloso de sus hijos, orgulloso de que todos los jóvenes que amamos a Cristo, nos juntásemos, físicamente o con el corazón. Pero la noche de Cuantro Vientos, supe que toda esa agua que cayó era Dios que lloraba de alegría. Eran las fuerzas de la naturaleza que también quería formar parte de la fiesta más importante, la fiesta de la fé y del amor.
Más de dos millones de corazones, juntos, en un sólo latido. Superando las tormentas de fuera y de dentro de cada uno, etregándose al mismo sentimiento de dicha, el amor. Es una de las sensaciones más profundas y grandes que un hombre o una mujer pueden sentir en su corazón a lo largo de la historia.
Gritar vivas, sin voz y con las cuerdas rotas, a un hombre tan mayor que resistía por todos, sintiendo en su corazón toda nuestra fuerza, fue una de las cosas que con más orgullo pude hacer en mi vida. Y allí, a su lado, al lado de tantos amigos y hermanos, supe lo que era felicidad y lo importante que Dios, escondido detrás de tantas dichas pequeñas y grandes, es en mi vida.
Muy grande, he leído muchas crónicas y esta me ha emocionado especialmente.
ResponderEliminar