23 de mayo de 2012

Árbol sin hojas no es árbol



Cuando a un árbol le comienzan a caer las hojas se va quedando desnudo, frágil y sin protección. Varios pueden ser los factores que aceleren la pérdida de follaje de un árbol de hoja caduca: una sacudida del tronco; un temblor de tierra o, principalmente, el viento.
             
            Las cosas suceden de la misma forma cuando nuestro árbol se llama sociedad, el tronco es la democracia y las hojas son los medios de comunicación. Cada hoja a su manera: unas son más pequeñas, otras más grandes, unas miran al sur, otras al norte, este u oeste y unas están más altas que las otras. Pero todas y cada una protegen al tronco y, sobretodo, le sirven para respirar.
             
           Cuando una crisis periodística, ideológica, ética y de valores sopla a cientos de kilómetros por hora, hasta del árbol más fuerte se desprenden hojas. Más aún si el cuadro climatológico se acentúa con una sequía económica que deja secas las raíces y desnutre las ramas de financiación privadas y públicas.
           
           Las hojas se van desprendiendo poco a poco: primero pequeñas radios y periódicos locales. Más tarde, EREs y cierres de diarios y televisiones, también, a nivel nacional. Otras, quizás más fuertes, siguen seguras y fuertes, aún con pequeñas pérdidas de savia. Otras cuelgan de ramas cada vez más delgadas y frágiles sabiendo que en cualquier momento pueden acompañar a sus cientos de miles de compañeras. Las que se quedan son más fuertes. Sí. Pero tienen que afrontar las labores que hacían las otras.
No son capaces.

El tronco se va quedando, poco a poco, más desnudo, frágil y seco. La savia se acumula en grandes grumos ideológicos que, irónicamente, cada vez se extreman más. El árbol se tambalea.

Lo más seguro es que pase este invierno y siga ahí aunque seco, sin vida y, quizás, falto de alguna rama. Pero la incertidumbre existe. Algunos de los árboles vecinos han empezado a perder ramas y amenazan con caerse. Pero en todos, sigue y seguirá habiendo hojas, aunque cada vez más amarillas y secas.
Los árboles, por sus troncos, están enfermos.

Al contemplar su jardín, el jardinero desolado piensa que quizás podía haber abonado mejor.