19 de septiembre de 2011

JMJ 1. Los primeros días de la expedición asturiana.





Era la tarde del miércoles 17 de agosto. Me tocaba hacer el primer balance de situación. Volvía de un multitudinario encuentro con el Obispo Prelado del Opus Dei en la Plaza de Toros de Vistalegre. Justo al inicio de este acto, La Nueva España me llamaba para hacerme la primera entrevista seria de mi vida. Yo, que quiero ser entrevistador, entrevistado.
En ese momento yo no podía responder, pues no había reflexionado aún sobre lo poco, pero tan intenso, que había vivido ese día. Y porque estaban pidiendo que apagaramos los teléfonos móviles. Así que le pedí a Raquel, que así se llamaba la periodista, un par de horas.
El bullicio de un metro atestado de gente, no ayudaba a concentrarme para que mis palabras fueran claras y concisas. Pero creaba un ambiente de aventura casi titánico que me motivaba. Un metro que sería nuestro aliado para recorrer Madrid desde las 8 de la mañana y en el que conseguí guiar a nuestro grupo, sin perdernos, durante toda la semana.
Conté las cosas como las viví, a gritos y sudando. Podría ser un resumen, pero, altamente superficial. Habíamos llegado la tarde anterior con las mochilas llenas de ilusión y fuerzas. Éstas las iríamos perdiendo poco a poco, pero aquella no dejaba de intensificarse.
Madrid recibía al más de millón y medio de jóvenes, que atestaban sus calles, con los brazos abiertos. Durante esa tarde ya pudimos hacer las primeras tomas de contacto del ambiente, oíamos hablar más de cinco idiomas distintos y el castellano en otros tantos acentos y no habíamos salido del barrio.
No asistimos a la misa del Arzobispo de Madrid, hubiera sido demasiado. Al día siguiente estábamos en pie a las ocho con el polo pistacho de Voluntario y la mochila roja preparados para salir si nos necesitaban, nos tocaba retén. Hicimos algo de turismo. En la Almudena nos topamos con la realidad de aquella JMJ.
Durante la hora que duró el trayecto en metro y el paseo que dimos hasta allí pudimos ver miles y miles de personas, banderas de los más recónditos lugares e.... italianos, sobretodo, italianos.
Ésa es otra historia, sus sombreros azules, sus banderas y su Italiano, batti le mani darían para más de un artículo. Hay voces que dicen que hubo más italianos que españoles. No los conté.
Canciones, gritos, júbilo y alegría. Madrid era una fiesta. Comimos delante del Viena-Capellanes de la calle del Arenal, entre Ópera y Sol, con otras 500 personas. Visitamos una atestada Plaza Mayor y una, por el momento, pacífica Puerta del Sol.
Visitamos la exposición del Thyssen y cogimos el metro hasta Vistalegre donde llegaban miles de jóvenes de la Obra, o que, como yo, no lo somos pero participamos y formamos parte de esa gran familia.
Otro ejemplo es mi gran amigo Ángel. Un tipo muy peculiar. Es vecino de la localidad praviana de Agones y jefe de mantenimiento del que hasta junio fue mi colegio, Los Robles. Y allí estaba lleno de energía e ilusión, aunque ya hubiera dejado atrás los 20 hace tiempo. Es un joven de corazón y de espíritu. Había llegado, practicamente sólo y estaba viviendo una experiencia única.
Nuestra expedición llegó a Vistalegre, en torno a las seis de la tarde. Hablo de expedición, porque no iba sólo. Nuestro grupo fue, autodenominado, de diversas formas: Los Hombres de Willy, La Patrulla del Cachopo, Los Marines Asturianos... Y, es que según nuestros datos, éramos los únicos voluntarios varones que habían salido de Asturies para formar parte de los más de 30.000 hombres y mujeres de verde.
Éramos diez. Cinco ovetenses, cuatro de Xixón y uno de La Peña`l Gatu. La mayoría universitarios o casi. Hicimos una buena piña. Todavía tenemos una cachopada pendiente. Cada uno tenía una función. Cherra era el showman, el encargado de animar el cotarro cuando El Pulpo se ponía serio.
Eso de que El Pulpo de Cadena 100 se pusiera serio defraudó a Gonzo,nuestro capitán, apasionado del cachopo, entre otras cosas y reconocido fan de Xuanín Amieva. Un personaje que poco a poco se haría protagonista de nuestras aventuras en la gran ciudad.
También acabó siendo el mote de Fran. Quien no dejó de cantar su sintonía ni un momento. Fue quien hizo la foto que acompañó al articulo que glosaba mi llegada a la villa y se centraba en la página de sociedad del miércoles 18 en el periódico local.
Pero esa no sería la única foto de la que formaría parte, como ya os comentaré más adelante. Hasta tres fotos me publicaron en La Nueva España esa semana. Jaime salió, con Cherra y con conmigo en las otras dos. Según el Facebook Jaime es mi nieto. El caso es que pasamos juntos medio agosto de ese año y otro tanto de septiembre..
Al que no conocía hasta el día de nuestra partida fue a Pellico. Del que ya había oído hablar pero al que no descubrí musicalmente hasta días más tarde. Entonces fue cuando enuncié esa frase tan tergiversada, que, por supuesto, no voy a repetir..
El caso es que tiene cara de cantautor. Para nuestro jefe Willy se parecía al mismísimo Bob Dylan. Aunque bien es verdad que el rostro del último Premio Príncipe de Asturias de las Artes es difícil de incluir en un cumplido.
A Pelli no fue el único al que le puso un calificativo. Serpentín será recordado como uno de los grandes motes de la JMJ Madrid 2011 que recayó sobre Hespy. Con quien, como gran admirador de Ortega y Gasset, mantuvo una profunda discusión sobre la masa y una abuela.
Para motes, los de Alberto, quien, en capítulos posteriores contará su experiencia única en la Almudena. Este hombre guarda consigo multitud de complementos, artículos y útiles, a veces inservibles quizás, pero que para él pueden ser de gran utilidad en cualquier momento.
Repleto de aplicaciones cual IPhone, el centímetro cuadrado de papel de lija es el más famoso de los elementos que Alberto guarda en su faltriquera estampada con una huella, de ahí el primero de sus motes Doraemon. Coronel Tapioca, Mary Poppins o Pocoyó son algunos de los nombres que completan la extensa lista.
    Alguien que carece de mote y que tiene una habilidad para no formar parte de la mayoria de las anécdotas que aquí narraré es Santi. Quien cierra la lista de los hombres de Willy. Esa misma habilidad que demuestra en no participar en las escenas memorables, la tiene para salir en todas las fotos que nos hicimos, allá con donde fuera y con quien fuera.
    Y, es que nos hicimos fotos, fotos y más fotos. No sé en cuántos muros de Facebook saldré ni en cuantas lenguas estarán escritos. Pero el día que se nos ocurrió bajar la gaita por Madrid, ví más flases que en toda mi vida.
    Aquel primer día anocheció con nosotros en el Metro. Willy y yo no pudimos asistir a una representación de un amigo, no le habíamos cogido el truco al suburbano. Así que me tuve que juntar con la marabunta futbolera. Ya que aquella noche se jugaba la Supercopa de España.
    El enésimo clásico de una temporada histórica. Al final perdió la deportividad, como suele suceder. Pero, éso es otro tema.
    Nuestros sacos y esterillas, que el sábado siguiente vivirían su propia aventura, nos esperaban silenciosos en el aula del Colegio El Prado. Como un deja-vu ese colegio me volvía a alojar en un veranos caluroso y madrileño, pero esta vez no sería como las anteriores.
    Dormimos. Teníamos que dormir, porque la del día siguiente sí que iba a ser gorda.

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