Como suele escribir un amigo mío cada vez que escribe en su
blog, me vuelvo a sentar en mi escritorio para hablar, esta vez, de derechos. De
derechos, o sobre derechos, pero no de Derecho y sí de hecho o de provecho.
Son
tiempos difíciles estos que nos tocan. Eso no lo duda nadie. Cada día nos
levantamos pensando en las medidas que vienen de Bruselas, en la señora Merkel o en el señor Rajoy (y algunos en sus
madres). Al final, todos tenemos algo por lo que protestar, por lo que
reivindicar y, legítimamente, algo por lo que manifestarse. Eso siempre.
Y lo vemos
de distintas maneras. Estos últimos días y meses vemos a la gente que se echa a
la calle, que expresa su malestar desocupando su puesto de trabajo, que
enarbola banderas y pancartas, incluso, que hace huelgas de hambre.
Los
estudiantes también estamos descontentos. Es más, estamos verdaderamente
tristes y preocupados. Algunos, hasta cabreados. Muchos no sabemos si vamos a
poder terminar la carrera o siquiera este curso. Y de hacerlo, no sabemos en
qué condiciones ni qué pasará después.
Por lo
tanto se ve comprensible la protesta y la toma de palabra. El acto de expresión
y clamor, el acto de manifestar. Otra cuestión es la huelga. Últimamente, se ha puesto de relieve el concepto de derecho a la huelga. Derecho legítimo
del trabajador. Pero ¿y del que no es trabajador?
Ser estudiante es una labor
básica. Te preparas para servir a la sociedad con el ejercicio de tu profesión.
Es una preparación, una adquisición de conocimientos y competencias por la que
se hace necesario un servicio. Servicio que prestan unos docentes.
Por lo tanto, es comparable
(salvando las distancias) al recibo de otros servicios. Por ejemplo, una
persona está enferma y acude al médico, este le presta su servicio y le da
cuidados. Otra persona, tiene un pleito y necesita un abogado a quien contrata
o lo toma de oficio.
Pero, he aquí la disyuntiva. Si
el individuo que tiene una dolencia está en desacuerdo, por ejemplo, con la
reforma del sistema sanitario ¿dejaría de ir al médico? Pues en muchas
ocasiones, hay personas que creen que la expresión de defensa de la educación
es el rechazo a la misma.
La huelga del trabajador es
lógica desde el punto de vista de la productividad. El ciudadano protesta no
acudiendo a su puesto de trabajo, por lo tanto deja de producir y eso repercute
en las ganancias y beneficios de la compañía en o para la que trabaja. Pero el
estudiante ¿es un productor?, es decir, ¿su labor es la de generar un bien o un
servicio?
Está claro que el fin del
estudiante es incorporarse a un empleo el día de mañana. Pero el estudiante
como tal no es un trabajador, independientemente de que compatibilice sus
estudios con su trabajo. Pues en su función como recibidor de un servicio, no
produce, al contrario. El centro educativo le está prestando un servicio.
Servicio por otra parte reconocido como derecho. Derecho que el estudiante
huelguista, en este caso, está defendiendo.
Por lo tanto, nos encontramos
ante una paradoja. No asistir a clase para defenderla es respetable, por
supuesto, pero también contradictorio y falto de coherencia. Es el momento de
asistir a clase, es el momento de aprovechar la educación y la universidad al
máximo. Pero la libertad de elección, es lo que es: libertad para acertar y
derecho a equivocarte.
Buen Góngora y buen Quevedo.
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