19 de octubre de 2012

Defender la enseñanza rechazándola. La disyuntiva del estudiante huelguista.


Como suele escribir un amigo mío cada vez que escribe en su blog, me vuelvo a sentar en mi escritorio para hablar, esta vez, de derechos. De derechos, o sobre derechos, pero no de Derecho y sí de hecho o de provecho.

                Son tiempos difíciles estos que nos tocan. Eso no lo duda nadie. Cada día nos levantamos pensando en las medidas que vienen de Bruselas, en la señora  Merkel o en el señor Rajoy (y algunos en sus madres). Al final, todos tenemos algo por lo que protestar, por lo que reivindicar y, legítimamente, algo por lo que manifestarse. Eso siempre.

                Y lo vemos de distintas maneras. Estos últimos días y meses vemos a la gente que se echa a la calle, que expresa su malestar desocupando su puesto de trabajo, que enarbola banderas y pancartas, incluso, que hace huelgas de hambre.

                Los estudiantes también estamos descontentos. Es más, estamos verdaderamente tristes y preocupados. Algunos, hasta cabreados. Muchos no sabemos si vamos a poder terminar la carrera o siquiera este curso. Y de hacerlo, no sabemos en qué condiciones ni qué pasará después.

                Por lo tanto se ve comprensible la protesta y la toma de palabra. El acto de expresión y clamor, el acto de manifestar. Otra cuestión es la huelga. Últimamente, se ha puesto de relieve el concepto de derecho a la huelga. Derecho legítimo del trabajador. Pero ¿y del que no es trabajador?

                Ser estudiante es una labor básica. Te preparas para servir a la sociedad con el ejercicio de tu profesión. Es una preparación, una adquisición de conocimientos y competencias por la que se hace necesario un servicio. Servicio que prestan unos docentes.

                Por lo tanto, es comparable (salvando las distancias) al recibo de otros servicios. Por ejemplo, una persona está enferma y acude al médico, este le presta su servicio y le da cuidados. Otra persona, tiene un pleito y necesita un abogado a quien contrata o lo toma de oficio.

                Pero, he aquí la disyuntiva. Si el individuo que tiene una dolencia está en desacuerdo, por ejemplo, con la reforma del sistema sanitario ¿dejaría de ir al médico? Pues en muchas ocasiones, hay personas que creen que la expresión de defensa de la educación es el rechazo a la misma.

                La huelga del trabajador es lógica desde el punto de vista de la productividad. El ciudadano protesta no acudiendo a su puesto de trabajo, por lo tanto deja de producir y eso repercute en las ganancias y beneficios de la compañía en o para la que trabaja. Pero el estudiante ¿es un productor?, es decir, ¿su labor es la de generar un bien o un servicio?

                Está claro que el fin del estudiante es incorporarse a un empleo el día de mañana. Pero el estudiante como tal no es un trabajador, independientemente de que compatibilice sus estudios con su trabajo. Pues en su función como recibidor de un servicio, no produce, al contrario. El centro educativo le está prestando un servicio. Servicio por otra parte reconocido como derecho. Derecho que el estudiante huelguista, en este caso, está defendiendo.

                Por lo tanto, nos encontramos ante una paradoja. No asistir a clase para defenderla es respetable, por supuesto, pero también contradictorio y falto de coherencia. Es el momento de asistir a clase, es el momento de aprovechar la educación y la universidad al máximo. Pero la libertad de elección, es lo que es: libertad para acertar y derecho a equivocarte.

               

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